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LA IZQUIERDA PROGRESISTA

“Yo fui a la escuela cuando la República –decía ella– y en las clases coexistían sin problema catalán y castellano”

La culpa es de Franco

15 octubre 2007, Ivan Tubau

Lo dijo el director de esta feria de Frankfurt, donde estamos como torracollons –moscas cojone-ras en castellano– el diputado Robles y yo mismo, un poeta y periodista que como él ha dicho escribe en catalán, castellano e incluso francés. No soy militante de ningún partido. Estoy aquí por Antonio.
La culpa es de Franco.
Lo dijo en su día Marta Mata, madre de los maestrillos progres de Rosa Sensat: “Yo fui a la escuela cuando la República –decía ella– y en las clases coexistían sin problema catalán y castellano”
Pero Franco montó una guerra civil y después vino el franquismo: todo tuvo que ser en español, la lengua del Imperio. Cuando el franquismo fue liquidado porque el dictador murió, y tras el paréntesis sensato y provisional de Tarradellas, todos los gobiernos democráticamente elegidos de Cataluña (Pujol, Maragall, Montilla) decidieron vengarse de Franco haciendo respecto a la lengua lo mismo que él pero al revés: todo en catalán.
Carod Rovira, tras afirmar que la catalana es la literatura sin Estado más importante del mundo, dijo que escribir en español o castellano en Cataluña era como hacerlo en turco en Alemania. Una sandez evidente. Alemania es un Estado federal con una sola lengua oficial: el alemán. Cataluña es una especie de land que forma parte del Estado español, como les gusta decir a los nacionalistas catalanes para no decir España. Cataluña, sin España, no existe. Como me dijo (con acento catalán) un revisor de tren francés a la altura de Perpignan: “Si vous parlez catalan, alors vous êtes espagnol. Y’a que les espagnols qui parlent catalan.” Cataluña tiene dos lenguas oficiales: castellano (o español) y catalán. En el Estatut vigente lograron colar que la lengua propia de Cataluña es el catalán. Pero los territorios no tienen lengua (el concepto de lengua territorial es nacional-socialista). Solo las personas tienen lengua. Y la lengua propia de como mínimo el 65% de los catalanes es el español. Y lo es más entre los jóvenes que entre los viejos, y más entre los recién llegados que entre los asentados. No obstante ello, la única lengua vehicular de la enseñanza es el catalán, y se la ha proclamado lengua institucional. O sea: la lengua considerada “normal” por el gobierno no es la de la mayoría de la población, sino la minoritaria. Esto, como resulta obvio, es impropio en una democracia, que significa gobierno de la mayoría.
Cataluña es pues el primer totalitarismo del mundo impuesto sin desmontar el sistema parlamentario, que encima funciona dentro de un régimen de monarquía democrática, otro oxímoron o contrase nítido.
Consecuencia de tales absurdos: literatura catalana será solo la escrita en catalán, y por eso es la única que figura oficialmente aquí en Frankfurt, pese a ser Barcelona el primer (o segundo, según) centro mundial de la edición en castellano.
Los escritores catalanes en castellano, siendo el español la lengua mayoritaria de Cataluña y la más viva y creativa literariamente, son considerados por el gobierno como una anomalía deseablemente a extinguir. Lo cierto sin embargo es lo contrario. El sueño de una Cataluña exclusivamente en lengua catalana, eso sí que se extingue por momentos: gracias a los inmigrantes, en siete u ocho años Cataluña ha pasado de seis millones de habitantes a siete y medio. El castellano es la lengua propia, materna, familiar o habitual del 80% de esos catalanes.
Es esas condiciones, una literatura, una vida catalana solo en catalán es la entelequia de un dinosaurio panza arriba que patalea. No puede ponerse de pie pero intenta morir matando. Son movimientos sin éxito (Vázquez Montalbán). Una pasión inútil, sin esperanza. Pero, mientras, hacen daño. Muchos artistas de la palabra (otra cosa son los que pintan o tocan el piano) se estan cansando de estar en el armario, como los gays cuando el franquismo los reprimía. Si la puerta no se abre pronto, saldrán reventando el armario. ¿No sería mejor evitarlo? Bastaría abrir. Así de fácil y todos tan felices.

sujeto de soberanía = Autodeterminación

Es interesante el planteamiento de Sr. Carreras , sobre todo si partimos que es uno de los principales promotores de “Ciudadanos”

Primero:

En otros artículos escritos por él cuestiona el referéndum de la “constitución Europea”, pues dice que es demasiado complejo como para que podamos emitir una opinión, siendo más partidario de preguntas simples como ¿quiere usted ser miembro de la Unión Europea? SI o NO.

Estamos muy cerca Sr. de Carreras con sus planteamientos, no de apoyar la “democracia indirecta”, que no me parece mal (como parece sugerir), sino del “voto de calidad”, profundamente reaccionario según como se mire, (supongo que es el problema de ser catedrático de Derecho Constitucional).

Y siguiendo con sus tesis, no se por que tuvimos que votar la Constitución, pues es muy larga y no se si todos estábamos en condiciones valorarla consecuentemente y de opinar, con nuestro voto

Segundo:

El tema de la constitución, es interesante, ¿Por qué se planteó que la votaran los catalanes, y los vascos?, sino teníamos resuelto a que país pertenecían, y no se nos ocurrió, también que la podrían votar el “ País Vasco Francés” , la “Cataluña Norte”, y “Los Yugoslavos”, por decir algo

Tal vez por 500 años como poco de vida en común, tal vez porque casi la totalidad de sus habitantes que no habían padecido todavía los 30 años de manipulación en colegios y medios de comunicación, que llevan ahora, y se consideraban españoles.

Tercero:

Si entendemos que a pesar de que define como sujeto de soberanía (curiosamente no a los soberanos), si no a todos los ciudadanos de España, porque ahora no le parece mal que solo se plante un referéndum en el “Principal”, o tendría que ser en los “Países Catalanes”, sin duda tendremos que basarnos en:

a) La Constitución

b) Los derechos históricos

c) En que da lo mismo

Si el planteamiento es “C”, en que da lo mismo, la pregunta que nos hacemos es, porque no se plante un referéndum en Hospitalet del Llobregat, muy harta de los planteamientos nacionalistas, para ser estado autónomo o incorporarse a la comunidad andaluza, o en mi escalera en donde no abundan los nacionalistas y podríamos ser parte de la comunidad castellana si así lo decidíamos. Es decir si es “C” es un disparate.

Y si es “B”, reconocemos que la historia de un territorio esta por encima de las leyes constitucionales. Por lo que tendríamos que reconocer que tiene todo el derecho del mundo “ALQAEDA”, a reclamar el Andalus, (recuerdo que se incluye Barcelona)

O la recuperación de la provincia romana de Tárraco, que permitirá votar en este caso a los gallegos y sorianos entre otros.

Un poco de coherencia Sr. Carreras, no me gustaría que con el respeto que me merece se trasformara en “un tonto útil”, ya hay muchos y son peligrosos.

Un saludo Kandisky

Intolerancia, fanatismo, “Ideología Fascista” ???


La manipulación de las ideas, suele parecer burda, pero no lo es, veamos a un locutor que nos explica el tiempo (nada sospechoso de manipulación), pero veamos … durante treinta años nos dice el tiempo que hará en “El Principat”, “La Catalunya Nort”, les Illas. “El País Valencia”

Hemos normalizado el lenguaje, lo utilizan los medios de comunicación, todo es normal e inocente, de lo que se deduce, de una forma normal y sencilla, hablamos de “Los Países Catalanes”

Existen en Cataluña, dos partidos de corte conservador, el Partido Popular y “Unió Democrática de Catalunya”, un tercero de corte liberal, también conservador en cierto sentido “Convergencia Democrática”, con respecto a CiU, se autodenominan nacionalistas, el Partido Popular se autodenomina liberal, sin embargo los medios de comunicación (los mas moderados), califican de derechas al PP, españolistas otros, de derecha extrema y nos inducen a llamarlos “fachas”.

Analizando sus programas electorales y de actuación política, vemos que salvo en cuestiones de “identidad”, son prácticamente idénticos.

¿Qué les diferencia? unos son “catalanistas”, palabra con connotaciones positivas en los medios de comunicación, tanto públicos como privados en Cataluña, el otro es “españolista”, palabra con connotaciones negativas en los mismos medios.

Sin entrar en valoraciones, de lo que significan estas palabras, lo que es obvió es que los catalanistas son buenos y quieren el bien a su pueblo “los catalanes”, los “españolistas”, son malos y han oprimido a los “catalanes” desde ¿…? No esta muy claro, primero fue en la época franquista, luego nos remontamos al 1714 y puede que a los orígenes de la humanidad, es por este motivo (por no ser malos=fachas), incluso los “no nacionalistas”, tengan que dejar muy claro de entrada que no son “españolistas”, y encontraron un genérico genial y divertido, son “catalanistas”

El Partido Socialista Catalán, utiliza este calificativo, para poder facilitar la agresión al enemigo común = extrema derecha, españolistas, fachas = PPc

Con la presencia de “Ciudadanos”, el PPc, creyó ver su oportunidad y él mismo se sumó al carro calificando a dicho partido de “extrema derecha”, supongo que creían que con esto ellos parecerían más moderados.

Cuando los distintos dirigentes políticos del “Partido Unificado de Catalunya (PUC)”, defienden las posiciones más extremas del radicalismo nacionalista, como el tranformar la “lengua propia de la Generalitat”, en la única lengua en la práctica oficial obligatoria para todos los organismos dependientes, directa o indirectamente de las instituciones públicas catalanas, se entiende que es una posición democrática y normal.

Cuando esto mismo lo hacia el régimen de Franco, con relación al español, estábamos ante un atropello de los derechos humanos.

Cuando algunos en la época de Franco, defendíamos el bilingüismo en Cataluña, (los escasos y apenas inexistentes nacionalistas, suscribían dichos planteamientos, nunca oí a ningún nacionalista de la época (y conocí personalmente a los dirigentes de PSAN ), hablar del monolingüismo, esta claro que éramos gente de bien, de izquierdas, demócratas y progresistas.

Hoy por esas mismas ideas los miembros de “ciudadanos” son calificados por los medios públicos y privados catalanes de extremistas, españolistas y de extrema derecha.

Por hoy ya hay bastante. KANDISKY

Rafael Casanova -vaya paradoja- no es sino un botifler, un traidor españolista

Falsificaciones y réditos de 1714
10-9-2005 04:16:06 Publicado en ABC.ES


EL politólogo británico Anthony D. Smith advierte que el nacionalismo inventa la nación seleccionando aquellos rasgos o hechos, reales o imaginarios (lengua, mitos, símbolos, historia, tradición, cultura, carácter, etcétera), susceptibles de cohesionar el sentimiento de identidad nacional. Y Smith concluye que el nacionalismo convierte la nación en un «relato que recitar» y «aprender a través de las imágenes que proyecta, los símbolos que usa y las ficciones que evoca». En resumen, la nación sería un conjunto de fábulas históricas y figuras literarias. Al respecto, el proceso de invención de la nación catalana durante el XIX es paradigmático: se manipula y mitifica la historia al tiempo que se nacionalizan determinadas características de orden local o comarcal previamente depuradas de lo extraño, que suele ser lo español. Y en ese proceso, el 11 de septiembre de 1714 -ejemplo de cómo se tergiversa la historia a mayor gloria de la nación inventada- ocupa un lugar de privilegio. Ante la inminente celebración de la Diada, conviene cuestionar la interpretación oficial y repasar lo sucedido en su complejidad. Y conviene también sacar alguna conclusión en clave de presente.

Se debe empezar recordando que el 1 de noviembre de 1700 Carlos II muere sin descendencia y que su último testamento otorga la corona de España a Felipe de Anjou, que se convertirá en Felipe V. Se debe recordar también que, después del nombramiento, se forma una coalición internacional (Inglaterra, Holanda, Austria y Portugal) contra un bloque franco-hispano que acumula un poder excesivo. Puestos a recordar, hay que añadir que Felipe V jura las Constituciones del Principado y que Cataluña se mantiene fiel a la monarquía borbónica hasta 1705, en que la oligarquía comercial barcelonesa firma el Pacto de Génova con ingleses y austriacos en virtud del cual el Principado cambia de bando y declara su fidelidad al pretendiente austracista, el archiduque Carlos. El Pacto de Génova data de junio de 1705, pero Carlos no conseguirá entrar en Barcelona hasta noviembre del mismo año, cuando logra acabar con la resistencia de la ciudad. Finalmente, Carlos, al ser nombrado en 1711 emperador de Austria, perderá su interés por Cataluña. Y en el año 1713, la coalición internacional también se desinteresará del conflicto y firmará el Tratado de Utrecht. Ni que decir tiene que las tropas austracistas, que habían prometido defender las constituciones catalanas, abandonan Cataluña. El 11 de septiembre de 1714 el ejército de Felipe V entra en Barcelona.

Conocidos los hechos y su circunstancia, hay que remarcar algunos detalles que el nacionalismo catalán olvida o tergiversa. Por ejemplo: que en 1702 Felipe V jura las Constituciones catalanas y, en consecuencia, no se puede decir que los borbones anulan el régimen político propio de Cataluña; que el cambio de bando que tiene lugar en 1705 -probablemente, una traición en toda regla- obedece a los intereses de una oligarquía barcelonesa perjudicada por el bloqueo del Mediterráneo impulsado por la coalición antiborbónica; que el compromiso de los catalanes, como demuestra la resistencia al pretendiente austracista una vez firmado el Pacto de Génova, está con Felipe V. Otro detalle: contrariamente a lo que se dice, el austracismo sólo triunfó en el triángulo formado por Barcelona, Igualada y Tarragona. ¿Una guerra de Cataluña contra la imposición de un rey extranjero? Dejando a un lado que los dos pretendientes eran extranjeros, lo que resulta plausible es que estamos ante un conflicto creado por la infidelidad de una oligarquía barcelonesa que veía amenazados sus negocios y privilegios, porque si es cierto que Felipe V respetó los fueros y concedió exenciones fiscales al Principado, no es menos cierto que negó determinados prerrogativas a una oligarquía dañada por el bloqueo del Mediterráneo. Y si se trata de recordar que el Decreto de Nueva Planta fue de signo abolicionista, también hay que recordar un par de cosas. Primera: que la abolición llegó como consecuencia del cambio de bando de 1705. Segunda: que el Decreto de Nueva Planta limitó muy seriamente el poder de la oligarquía, impulsó un programa de reformas y modernización que permitió el desarrollo de Cataluña y, como dijo Vicens Vives, significó el desescombro de una sociedad feudal saturada de privilegios y privilegiados. Quien perdió la libertad no fue Cataluña, sino las clases dominantes.

Alguien preguntará por Rafael Casanova, «el héroe de la resistencia nacional catalana» que cada 11 de septiembre recibe flores en su tumba y monumento. En pocas palabras: la noche del 10 al 11 de septiembre de 1714, nuestro héroe -partidario, por cierto, de pactar con los atacantes- está en la cama; sólo acude al frente cuando le avisan de la gravedad de lo que ocurre; es herido levemente en un muslo y retirado de inmediato a la retaguardia; atendido de la herida quema los archivos, consigue un certificado de defunción, delega la rendición en otro consejero, y huye de la ciudad disfrazado de fraile. Posteriormente, reaparecerá en Sant Boi de Llobregat, donde ejercerá la abogacía sin ningún tipo de problema, recibiendo el perdón de Felipe V. En definitiva, sacando a colación la terminología del nacionalismo catalán, Rafael Casanova -vaya paradoja- no es sino un botifler, un traidor españolista.

¿La razón de la manipulación y mitificación de lo ocurrido? Al nacionalismo catalán, la tergiversación histórica, el «relato que recitar» y «aprender» de Smith, le es indispensable para cohesionarse y cultivar la imagen de una Cataluña secularmente asediada por una España de la cual hay que desconfiar o liberarse para realizar el sueño de la reconstrucción nacional. Y note el lector que si los tiempos cambian que es una barbaridad, el nacionalismo catalán -indefinición política, papel determinante del interés económico, búsqueda del privilegio bajo la forma de derechos históricos- continúa siendo hoy igual que ayer. La falsificación de 1714 todavía da réditos.

Quítate de ahí, que me pongo yo


En una reciente entrevista al excelente director teatral Mario Gas, le preguntaba una empleada de la televisión nacional de Catalunya: "¿Y usted vive en... en... en Madrid, verdad?". Lo decía temblorosa e incrédula. El interpelado, que es muy listo, lo confirmaba sin darse por enterado. "Pero, pero... ¿cómo lo aguanta?", repetía conmovida la muchacha. Esta escena es de lo más corriente en los medios de persuasión de la Generalitat desde que los socialistas regalaron las radios, las teles, la cultura y la lengua a Esquerra Republicana.

En casi todos los medios pagados por los catalanes se ha instalado un delirio. Sin embargo, hay también designios malévolos. Por ejemplo, una multitud de programas que se burlan de "los españoles" mediante la exhibición de fragmentos de otras televisiones en los que aparecen mujeres y hombres de escasa cultura o simples energúmenos diciendo barbaridades o mostrando su estupidez. En uno de esos programas pillé el otro día a un cómico exigiendo que levantaran la mano los que odiaban a Fernando Alonso. A la vista del escaso éxito pudo verse, gracias a un error de la cámara, cómo su secretaria agitaba los brazos muy nerviosa invitando a la concurrencia a odiar ese "símbolo español". En fin, impotencia y resentimiento.

Los escasísimos datos que se hacen públicos desde el sanedrín reconocen que la audiencia de esos medios ha caído en picado desde que los dirigen los cruzados. Y todos sabemos que es una sangría colosal sobre la que jamás dirán ni mu. El reparto es descarado y los de Esquerra son insaciables poniendo a su gente en todas partes. La excusa es "hacer país", pero la verdad es que tan solo hacen clientela. Como es dinero público, absolutamente nadie les pide cuentas sobre el fracaso de los medios que controlan.

La expulsión de Cristina Peri Rossi de la radio nacional catalana por hablar en castellano no es solo una represión lingüística. Es también la excusa para ganar otro puestecito pagado con dinero público para un cliente del partido o un adicto al régimen. Y el resto es hipocresía.

Artículo publicado en: El Periódico, 6 de octubre de 2007.

Leyes y silencios


Leyes y silencios
LA cosa -ocurre a menudo- está entre la causalidad y la casualidad. Pero, tratándose de un tema lingüístico, y hallándonos en Cataluña, mucho me temo que una vez más será antes lo primero que lo segundo. El caso es que el despido de la escritora Cristina Peri Rossi como colaboradora de un programa de Catalunya Ràdio por no expresarse en catalán ha venido a coincidir con la aprobación en sede parlamentaria de la ley de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, cuyo artículo 22 reza como sigue: «La llengua institucional per a prestar el servei públic de comunicació audiovisual de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals és el català». Y el caso es que Catalunya Ràdio es precisamente uno de estos medios.
Sin embargo, se equivocaría quien creyera que esta causalidad tiene un orden lógico; a saber, que en Cataluña primero se legisla y luego se aplica la ley. No, en Cataluña, al menos en lo que atañe a la lengua, siempre se ha aplicado primero la ley y luego se ha legislado. ¿Que cómo se hace tal cosa? Pues, muy sencillo: mediante una política de hechos consumados. Se difunden preceptos, se reparten consignas, se interiorizan rutinas -la «Carta de principis per a l´actuació dels mitjans de comunicació de la CCRTV», de 2006, así como el texto «princeps» de 1983, no son sino un compendio de semejantes prácticas-, y poco a poco se va creando una situación anómala, en la que algunos ciudadanos lo son más que otros porque se expresan en una lengua y no en otra. Esa situación, que al principio podría parecer una anomalía, termina por convertirse en algo normal, natural, indiscutible. Sólo entonces surge la ley. Y nadie, o casi nadie, repara en su carácter manifiestamente aberrante.
Es cierto que, para que un tal proceso tenga lugar, la sociedad debe acatar primero otra ley. Una ley no escrita, una suerte de ley del silencio. A grandes rasgos, consiste en callar, en consentir, en otorgar. O, si lo prefieren, consiste en tragar. Que nadie se llame a engaño: lo que una abrumadora mayoría de parlamentarios aprobaron esta semana en el Parlamento catalán -sólo votaron honrosamente en contra PP y Ciutadans- no es únicamente el fruto de la querencia de un largo centenar de diputados, más o menos nacionalistas. Es, sobre todo, el fruto de un cuarto de siglo de silencio cobarde y acomplejado.
El pasado martes «El Mundo» publicaba una entrevista con Cristina Peri Rossi en la que la escritora uruguaya reflexionaba acerca del caso que ella misma, muy a su pesar, está protagonizando estos días. Pues bien, en una de las respuestas, Peri Rossi se excusaba por no hablar catalán en público después de tres décadas de residencia en esta tierra. Y atribuía su actitud a «una cuestión de respeto por la lengua». Mal vamos si una persona a la que le han negado sus derechos como ciudadana se precia de respetar una lengua. Esta es la trampa del nacionalismo, en la que llevamos cayendo, como mínimo, un cuarto de siglo.
Xavier
Pericay
PORQUE HOY ES SÁBADO

Por allí resopla! FERNANDO SAVATER

FERNANDO SAVATER
Permítanme que les entretenga con una pequeña anécdota personal, ejemplo de un mal muy frecuente y extendido: la manipulación que convierte la información en maledicencia. Hace bastante más de un año tomé parte en una mesa redonda en un hotel madrileño sobre el estatuto de Cataluña, junto a mis amigos Arcadi Espada y Roberto Blanco Valdés. En mi exposición hice una defensa de la ciudadanía, la igualdad democrática de derechos y deberes, etc… frente a las concepciones territoriales discriminatorias y a las asimetrías autonómicas. En el coloquio, uno de los asistentes nos reprochó a todos los participantes no haber mencionado “la idea de España”. Yo traté de explicarle que a mí España no me interesaba como idea, esencialista y metafísica, sino como Estado de Derecho que garantiza mis libertades y las de todos los ciudadanos. Ante la insistencia de mi interlocutor en su planteamiento, terminé por decirle con culpable impaciencia (es mi carácter, como se excusó el escorpión ante la rana): “Mire, a mí la idea de España me la sopla”. Hubo cierto revuelo, que incluso se prolongó en días sucesivos en las páginas de “ABC”. Nada del otro mundo.
Hace una semana, en una comida con la prensa para presentar algunos de mis libros en nueva edición, uno de los periodistas recordó el incidente de meses atrás. Como tengo el vicio pedagógico, en vez de reírme y descartar el asunto volví a repetir la explicación que arriba queda indicada. Al día siguiente, en algunas radios y algunos diarios, se ofrecía sin mayor atención a las circunstancias el tremendo titular: “Savater dice que la idea de España se la sopla”. Y los comentarios que glosaban la cita no eran mejor intencionados. Después de todo, estamos promoviendo un nuevo partido político y tal atrevimiento no cuenta con demasiadas simpatías en ciertos grupos mediáticos. El descontextualizado titular de marras iba rebotando por emisoras y columnistas, agravándose en su formulación mientras se alejaba de su origen informativo… o deformativo, como prefieran. Según algunos, lo que me la soplaba no era la idea de España sino España misma en cuerpo presente. Hubo uno que aseguraba que mis palabras exactas fueron “España me la suda” y seguro que otras versiones ofrecieron variantes como “la Hispanidad me la refanflinfa”, “el Cid me la suliveya”, etc… Quizá alguien, asombrado por tales exabruptos, se haya preguntado por qué diablos un servidor se ha tomado durante años tantas molestias por defender algo que al parecer le interesa tan medianamente. En fin, qué cosas.
Disculpen este lamento pro domo y contra la manipulación de la palabra, fenómenos desgraciadamente nada raros en los medios de comunicación. La verdad es que no quiero quejarme ni excusarme, sino aprovechar el incidente para intentar una breve reflexión sobre esa cosa vidriosa, últimno refugio de los bribones según parecer del Doctor Jonson: el patriotismo. Comenzando por lo obvio, nadie puede mandar en sentimientos y adhesiones emotivas. Hay quien siente su colectividad con tanta pasión como se ama a la familia y quien la considera desde un punto de vista más convencional y práctico. Algunos –la mayoría, supongo- combinamos ambas cosas, en dosis variables de emotividad y razonamiento. Lo importante a mi juicio es dejar claro que, hoy por hoy, España no es simplemente el nombre de una entidad platónica o de una exaltada colección de leyendas piadosas, sino la denominación del Estado de Derecho gracias al cual somos ciudadanos libres y no vasallos o siervos de la gleba, sometidos a los caprichos atávicos de un territorio y sus tradiciones. Quienes defendemos la unidad del país y la igualdad de todos dentro de él –leyes iguales para todos y todos iguales ante la ley- lo hacemos porque sin unidad e igualdad no puede haber garantía democrática de nuestras libertades. Precisamente somos los vascos opuestos al terrorismo (y por tanto amenazados por esta lacra) los que estamos en mejores condiciones para comprender la importancia de pertenecer al Estado de Derecho español y no depender totalmente de una administración local que en demasiadas ocasiones ha demostrado poca beligerancia contra la violencia y hasta cierto entendimiento político con las sinrazones de los violentos.
El campo en el que mejor se percibe la necesidad de un patriotismo ciudadano o racional es en la cuestión de los símbolos del país. Lo ha tratado muy bien recientemente Antonio Elorza en un artículo magistral (“El vaivén de los símbolos”, El Pais, 21.IX.07). Quienes no tenemos una especial relación apasionada con la bandera española –ni con ninguna otra, claro, salvo quizá la de la Cruz Roja- sentimos cierta dificultad a la hora de reclamar su presencia de acuerdo con la ley en los edificios públicos. Parece un asunto menor, al que sólo pueden conceder importancia los fanáticos. Sin embargo, no es así. Más allá de las connotaciones sentimentales que pueda tener para algunos, la bandera española tiene para todos los ciudadanos una significación utilitaria, como la tienen las diferentes luces de un semáforo: representa al Estado que defiende nuestros derechos y libertades. Allí donde se oculta o se menosprecia es porque se ha decidido no defender nuestros derechos o libertades ciudadanas. En un edificio oficial, la bandera indica que allí hay refugio y ayuda contra la amenaza de quienes quieren saltarse las leyes del Estado para imponer las leyes de la tribu….es decir, de su tribu. No mostrarla no ofende a una esencia sublime e incorpórea, sino que arremete contra personas concretas, decentes y que pagan impuestos entre otras cosas para garantizarse protección contra los usurpadores violentos. De ahí que sea incomprensible (o demasiado comprensible, ay, dada la vigente dejación de responsabilidades por parte de tantas autoridades) que no se le conceda importancia a su desaparición del ámbito público, como hace con culpable desahogo el ministro de Justicia diciendo que son cosas que “han pasado, pasan y seguirán pasando”. Cuantas vergonzosas bobadas tenemos que soportar… y pagar por oír, puesto que a fin de cuentas se trata de funcionarios cuyo sueldo sale de nuestros bolsillos.
Algo semejante podemos decir respecto a la quema casi ceremonial y provocativa de retratos de la familia real que últimamente parece haberse puesto de moda. Es difícil que alguien sea menos monárquico que yo, pero mis objeciones a la institución monárquica buscan el debate democrático y en su caso el cambio de las instituciones, no la exaltación de la violencia en nombre de un nacionalismo étnico aún más reaccionario, cerril y antidemocrático que la peor de las monarquías. No es lo mismo un chiste poco respetuoso en una revista cómica, aunque sea de muy mal gusto (los bufones siempre han tenido ciertos privilegios), que salir a la calle con una lata de gasolina para amedrentar al personal. También los miembros del Ku-Kus-Klan quemaban cruces en las calles de Alabama y no hace falta ser cristiano para sentirse agredido por semejante gentuza… Es verdaderamente patético escuchar las “argumentaciones”, por llamarlas así, de quienes intentan que atropellos semejantes, no contra la familia real sino contra nuestros derechos de ciudadanía, como son esos aquelarres incendiarios pasen por simples travesuras cuando no por manifestaciones de la libertad de expresión. ¡Y luego dirán que no hace falta la Educación para la Ciudadanía…!
De acuerdo, todo eso está muy bien –me dicen algunos- pero usted, señor Savater, usted en persona: ¿no siente ninguna emoción respecto a esos símbolos y a esa España? Desde luego, no padezco ningún patriotismo obligatorio: me siento ligado a la España constitucional y democrática, pero no a la de Franco o a la de cualquier otro tipo de dictadura. Si mañana volviese el autoritarismo anticonstitucional de cualquier signo, no sentiría por esa España ningún tipo de simpatía. Pero por lo demás, cada cual tiene su corazoncito. Alguien tan poco dado a efusiones patrióticas como Pío Baroja escribió en “Juventud, egolatría”: “Yo quisiera que España fuera el mejor rincón del mundo y el país vasco el mejor rincón de España”. Pues bien, siempre he compartido el íntimo deseo del gran cascarrabias donostiarra.

medio millar de descerebrados por la LOGSE nacionalista monten un aquelarre

Querido Arcadi:

Salvo en un blog, el de Santiago González no he visto que nadie se fije en lo que más salta a la vista, chamuscada por la pira inquisitorial: que las quemas catalanas de la imagen de la Jefatura del Estado casi siempre se hacen mediante fotos del rey (y en Girona, capital del tradicionalismo catalano-español, en compañía de la reina) exhibidas boca abajo.

De Mussolini y Clara Petacci a Nicolae y Elena Ceaucescu –con los antecedentes ocultos de Nikolai Aleksándrovich Románov y su esposa Alexandra Fiodorovna e hijos, fusilados en un cuatro trastero: el equivalente ruso del ahorcamiento veneciano cara al suelo –, mostrar al poder derrocado y boca abajo significa no sólo su eliminación física, sino el triunfo de los resentidos sobre el poder del que hasta antesdeayer derivaban su influencia.

A mí, que ni monárquica ni republicana soy y me la sudan y soplan estas rémoras del espantoso siglo XX (no así España y los españoles), lo que me corta el aliento no es que menos de medio millar de descerebrados por la LOGSE nacionalista monten un aquelarre en la esquina de mi calle, sino que los ídolos que quemen en plaza pública apunten con sus cabezas al suelo. Porque lo que quieren significar con ese gesto es que son o pretenden ser, aun sin saberlo, dignos émulos de Atila,y que vienen a decirnos a todos: machacaremos vuestras cabezas contra la dura roca de esa tierra que sólo a nosotros, los puros de sangre y cultura y lengua, nos pertenece, para que no vuelva a crecer la hierba en la que antaño pastaron los trashumantes.

Y para que se vea que también descreo de la eficacia de la ironía, ejérzase desde tribunas mediáticas o desde neonatos partidos políticos, valga de recordatorio este poema en prosa de 1961 del polaco Zbigniew Herbert:

DE LA MITOLOGIA

Al principio existía el dios de la noche y la tormenta, negro fetiche sin ojos ante el que saltaban hombres desnudos y untados de sangre. Después, en los tiempos de la república, hubo una gran cantidad de dioses, con sus esposas, hijos, crujientes lechos y rayo que estalla sin peligro. Al final sólo los neurasténicos supersticiosos llevaban en sus bolsillos una pequeña estatuilla de sal representando al dios de la ironía. No había en aquel tiempo divinidad mayor. Entonces llegaron los bárbaros. Ellos también apreciaban mucho al dios de la ironía. Lo machacaban con sus tacones y lo vertían en sus platos.

("Informe desde la ciudad sitiada y otros poemas". Trad. Xaverio Ballester, Hiperión, 1993.)

 

Del Blog de Arcadi Espada