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LA IZQUIERDA PROGRESISTA

Carlos Jiménez Villarejo: Por qué estoy en Podemos

No quieren una Cataluña independiente, sino para ellos

 

Loquillo y Sabino Méndez: «No quieren una Cataluña independiente, sino para ellos»

-Loquillo: Hay una generación en la que los políticos quieren ser estrellas del rock. A ver quién dice la mayor burrada para salir en los periódicos. Me da mucha pena porque nuestra clase política está gestionando mal el pasado. Tengo miedo cuando veo al señor Artur Mas haciendo el saludo romano. Me da mucho miedo. Es volver a buscar enfrentamiento entre las personas  y  los territorios cuando deberíamos encargarnos de rebajar la tensión y de lanzar mensajes de unidad. Los políticos son elegidos para solucionar problemas y se dedican a crearlos. Por otro lado, tendría que decirte que no sé si tienen acuerdos con los medios de comunicación, pero creo que va muy bien para vender más.
-Se dicen verdades a medias.
 -Sabino: Hay muchas cosas que no se cuentan, o se da una versión, por ejemplo, de los hechos de 1714 en la Diada que no es la correcta: en realidad, fue una guerra civil entre catalanes. ¿Quién ha mantenido como nadie la llama del guerracivilismo en España? Nosotros, los catalanes. Y ahora estamos dividiéndonos con el unionismo o el separatismo... ¿en qué cabeza cabe? Y se lo vamos a contagiar a toda la Península, que estaba tranquila, sin esas cosas. Dejémonos de tonterías, expliquemos lo complejo que son las cosas. Nos enfrentamos a la versión nueva del caciquismo. Ahora quieren dominar con la subvención, teniendo la llave de la caja de un territorio. Eso es lo único que les interesa.
-¿Cómo se explica el fenómeno nacionalista en Cataluña?
-Loquillo: Es un negocio. Si hacen el referéndum, para mí es como contestar si estoy a favor de la Monarquía Borbónica o de la Pujol-Ferrusola. Porque, no nos engañemos, están preparando al niño [Oriol Pujol] para ser el presidente de la Cataluña independiente. Es su sueño. Fíjate qué pequeño. Somos barceloneses y habríamos sido casi lo mismo en Nueva York o París, porque somos urbanos, y cuando naces en una ciudad como la nuestra eres del mundo. Una cosa es amar tu tierra y tu lengua, pero es que ellos no quieren una Cataluña independiente, quieren quedarse Cataluña para ellos. Y se envuelven en la bandera y los sentimientos y esto ya pasó hace 10 años y terminó con Aznar hablando en la intimidad con Pujol en el hotel Majestic. Cuando acaben las elecciones el sueño independiente irá cediendo. Y habrán jugado con  muchos catalanes pensando que era viable a pesar de que sabían perfectamente que no.
-También juegan con el sentimiento de gente que no es catalana.
-Loquillo: Eso es así. Los pobres Estopa han sufrido unos comentarios terribles a raíz de que dijeron que ellos iban a votar «no» si se hace un referéndum. Imagínate. Se les han tirado encima.
-Sabino: Es el caciquismo, castigar al disidente. Dejar sin trabajo al que va contra el señorito. No es que la gente sea manipulable, pero es que les dan una información manipulada. Hay un peligro serio de cometer un error brutal haciendo tonterías.
-Promoviendo un tipo de cultura que es el que a ellos les gusta...
-Loquillo: tenemos que ir a la segunda legislatura del tripartito, cuando Montilla, que es cordobés, excluyó a los escritories en lengua castellana de la Feria de Fráncfort. Creo que, a partir de ahí, la clase política catalana hizo una apuesta sin retorno. Nosotros mantenemos la línea de siempre. Somos cosmopolitas barceloneses y catalanes, y tiene cojones que tengamos que demostrarlo. Jamás caeremos en sectarismos. No quiero que me catalanicen ni me españolicen.

La Responsabilidad de los Intelectuales

 

 

Hace algunos años, en el restaurante de un tren que atravesaba Escocia, coincidieron un matemático, un físico y un astrofísico. Al mirar por la ventana, este último mostró su sorpresa: “Vaya, en Escocia las ovejas son negras”. Inmediatamente, el físico matizó: “Bueno, querrás decir que en Escocia hay ovejas negras”. El matemático, callado hasta entonces, resolvió: “En rigor, lo único que podemos decir es que en Escocia hay al menos una oveja de cuyos lados uno es negro”.

Quizá sería mucho pedir a los ciudadanos la pulcritud neurótica del matemático de esta apócrifa historia, pero, sin duda, de hacerlo, mejoraría nuestra vida pública. Este verano, en Barcelona, cuatro majaderos —no eran más, pero, por definición, un solo pitido es infinitamente más ruidoso que el silencio de muchos— silbaron el himno español en los Mundiales de natación y al poco rato el número dos de Marca España se descolgaba en Twitter, el bar de borrachos, con un “catalanes de mierda” que acabó por costarle la destitución. A mitad de agosto, cuando aparecieron unas cuantas fotos de jóvenes del PP realizando el saludo romano, no tardaron en propagarse por los mismos bares consideraciones acerca de la condición fascista de la derecha que, en Cataluña, algunos extendían a todos los españoles. Con la misma calidad intelectual, esto es, ninguna, a partir del hecho más que probable de que un barcelonés esté ahora maltratando a su mujer, yo podría proclamar que todos los barceloneses (catalanes o españoles) somos unos bestias. Y así, poco a poco, se encanalla la vida civil. Frente a eso, no está de más acordarse de la famosa respuesta de Churchill cuando le preguntaron qué pensaba de los franceses: “Pues no sé, no los conozco a todos”.

El problema no es que las gentes enfilen por estas veredas. En realidad, los ciudadanos son bastante contenidos. Al día siguiente del 11-M no asomaron proclamas xenófobas. Que la sinrazón se embride, o prenda, depende en buena medida de los creadores de opinión, de los políticos en primer lugar. En algunos casos no hay nada que esperar. El nacionalismo, que aborda las relaciones políticas como enfrentamientos entre pueblos, asume como pauta narrativa la ontología tribal: con “presos vascos” se refiere a los asesinos de ETA, con “la justicia española” al Constitucional y con “la política española” a todo lo demás, desde los papeles de Bárcenas al más reciente desatino del alcalde de la última pedanía. En su caso, la falacia secundum quid, la generalización arbitraria, no es un error lógico, sino una estrategia programática. Por eso, en sus filas, las descalificaciones tribales no conducen a ceses o dimisiones sino a promociones. La lista es larga.

De los creadores de opinión, de los políticos, depende que la sinrazón se embride o prenda 

Con todo, se puede entender que los razonamientos tabernarios se dén entre políticos profesionales. Es deprimente, pero explicable. Otra cosa es cuando se dan entre personas obligadas a pulir conceptos, como es el caso de esa imprecisa fauna conocida como “intelectuales”. Cuando ello sucede, la primera tentación en el gremio es deslindar para desmarcarse. No han faltado los que, después de un “por favor, no confundan, que no somos todos iguales”, han achacado el basureo a unos literatos ayunos de toda teoría social pero siempre dispuestos a sentenciar. Y, desde luego, no faltan ejemplos de poetas que la acaban liando. Hay quien sostiene que el desorden de fronteras que derivó en la II Guerra Mundial comenzó cuando D’Annunzio y sus 120 legionarios ocuparon la ciudad adriática de Fiume. Los poetas falangistas contribuyeron no poco a calentar la cabeza a la ciudadanía en nuestra guerra civil. Poetas falangistas y de otras filias, como nos contó de la mejor manera Andrés Trapiello en Las armas y las letras.

Todo eso es verdad, pero no toda la verdad. Es cierto que el juicio político, práctico, no puede prescindir del buen conocimiento social, si es que existe, pero, ciertamente, no se agota en él; requiere algunas cosas más, entre ellas un talento para integrar resultados de distintas disciplinas que no parecen estar al alcance de algunos especialistas que confunden sus imprescindibles y parciales teorías con la realidad. La miopía del especialista, que ignora y hasta se enorgullece de ignorar lo que no cabe en su guion, es responsable de no menos desastres que los calentones logorreicos de los poetas. La incapacidad para mirar más allá de las inevitables anteojeras de la abstracción científica conduce, en la práctica, a la pérdida de todo sentido de la realidad y, ante las propuestas y conjeturas de no pocos especialistas, uno acaba por añorar la insulsa prudencia de los futbolistas.

Ejemplos no faltan. Mas Colell, consejero de Economía de la Generalitat de Cataluña, es un economista de primera, reconocido entre los mejores y autor de importantes trabajos que, todo sea dicho, poco tienen que ver con la economía pública. Pues bien, no hace mucho, declaraba estar “dispuesto a ceder mucha soberanía a Bruselas, mucha, más de la que estoy dispuesto a ceder, en estos momentos, a Madrid. Conozco a Europa muy bien y sé que respetan la diversidad. Mi identidad, mi manera de ser, el ser catalán no estará nunca en cuestión, pero no puedo decir lo mismo del Gobierno español”. En apenas 20 palabras hay desatinos conceptuales (soberanía catalana), falsedades empíricas (ningún país de la UE ha dado tanta protección a las lenguas minoritarias como España: pregunten a Merkel por el bajo alemán) y bobadas desbocadamente reaccionarias que harían descoyuntarse de risa al mismísimo Heiddeger (“el ser catalán”). No se trata de discrepancias razonables sino de auténticos despropósitos que descalifican a cualquier académico y que, seguramente, Mas Colell se guardaría de repetir en un departamento universitario, aunque no tiene problemas en arrojarlas a un público dispuesto a jaleárselas y que, además, se sentirá confirmado en sus delirios porque las escucha en boca de un “sabio”. Un ejemplo superlativo de irresponsabilidad. No se puede por la mañana explicar el teorema de Arrow en clase y por la tarde hablar en nombre del “ser catalán”.

Hay que tener el coraje de despegarse de los nuestros si hace falta y de decir que por ahí, no

No faltan quienes tiran por lo derecho y apuestan por la venalidad del gremio, incluso en el sentido más ramplón del diagnóstico. Cuesta poco comprar voluntades intelectuales. La inseguridad material y la vanidad, tan comunes entre los que andamos entre papeles y en empeños solitarios, se bastarían para explicar la extendida disposición de la cofradía a regalar los oídos de los poderes o de la turba. Explicarían, también, omisiones y silencios. Y las diversas formas de hacerse el loco, despistados a sabiendas, que tampoco faltan quienes, afinados en sus quehaceres, cuando tercian en las cosas públicas ofrecen una sensación parecida a la que describía Gil de Biedma a cuenta de cierto hispanista: “Uno de esos seres cultos, sensibles y elaboradamente tontos. Tienen presbicia intelectual: no ven jamás lo obvio, solo lo remoto y traído por los pelos. Carece de sentido común”.

Con todo, me cuesta creer que las sinecuras, que existen, se basten para explicar cómo personas competentes dejan pasar a su lado la corriente de las necedades, sin decir esta boca es mía o, lo que es peor, alentando gregariamente los peores tópicos. La cosa es más grave. Hay algo que es previo en esa incapacidad para mantener la cabeza fría y resistirse a las rehalas de los pastores de pueblos: hay una dimisión del uso de los propios talentos. Una dejación que es una irresponsabilidad. Somos responsables de lo que creemos y también de por qué creemos lo que creemos. Estamos obligados a escuchar la información y los argumentos contrarios a nuestras opiniones, a hacer explícitos los principios, a estar alerta ante nuestros prejuicios, a precisar los conceptos y, sobre todo, a decir que no cuando es que no. Sin mentir ni mentirnos. Se trata, sencillamente, de tomarnos en serio. Los mejores filósofos contemporáneos, recuperando a algunos clásicos, llaman a eso “virtudes epistémicas”. Bajo ese concepto, que agavilla una serie de imperativos con los que tenemos que enfrentarnos al empeño reflexivo, se incluye, además del afán de verdad y de imparcialidad, el coraje intelectual, entre otras cosas, para despegarse de los nuestros cuando hace falta y decirles que por ahí no seguimos. Cesare Pavese lo decía de otro manera: “Se necesitan cojones duros”. La expresión no era ajustada ni siquiera en su tiempo, como nos los recordaron, entre otras muchas, Simone Weil o Hannah Arendt, pero el concepto resulta más vigente que nunca. El oficio de vivir, el oficio de pensar, que no es el de hooligan ni el de cheerleader.

Félix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.

El mal ya está hecho

Gane o pierda Artur Mas en las elecciones del día 25, el mal ya está hecho. Aunque el sentido común de la mayoría neutralice el proceso a la independencia, el envite habrá sembrado miedo, aumentado la división familiar, cultural, lingüística y nacional, roto los lazos afectivos entre partidarios y detractores de España y alimentado una frustración en dos generaciones de jóvenes educados en el odio a España imposible de disolver.

Ese será el primer triunfo del independentismo, haber creado las condiciones emocionales para hacer irreversible el desentendimiento entre españoles. Quienes han inducido a aquéllos a creer que el sueño de la independencia depende de su sola voluntad, sin riesgos ni esfuerzos, sin trabas constitucionales ni oposición internacional, olvidaron recordarles que en democracia el respeto a la legalidad lo es todo. Se les olvidó recordarles que en un Estado democrático de Derecho no hay atajos, ni sus fundamentos jurídicos se cuestionan con manifestaciones masivas ni elecciones ordinarias, por mucho que se crean que sus sueños son la democracia misma y España el mal contra el cual vale todo. Ya no es posible metabolizar esa frustración alimentada de emociones, y más pronto que tarde el niño consentido se hará insoportable. Incluso para su padre Arturo.

Me ha sorprendido que los argumentos de los secesionistas se hayan centrado únicamente en los beneficios económicos de la ruptura con España. Si así fuera, ¿acaso alguien podría alegarlos para quedarse con la mejor parte del botín sin estafar los legítimos derechos del resto de los ciudadanos españoles? La viabilidad económica no demostraría nada, sólo el egoísmo más reaccionario de los que más tienen.

Lo paradójico es que ni siquiera los argumentos económicos le son favorables. Todo indica que, al menos en una generación (15 años según Ortega y Gasset), viviríamos mucho peor. Para los que ya tenemos una edad, el resto de la vida. Pero lo que me sorprende aún más es que sus detractores se hayan dejado llevar a ese terreno de discusión, como si la cuestión se redujera a la viabilidad económica y no al respeto al Estado de Derecho y a la soberanía compartida, que en último extremo es una racionalización jurídica de millones de sentimientos culturales, familiares, lingüísticos e históricos, cuya destrucción provocaría inevitablemente desgarros.

Es duro haber asistido a lo largo de los últimos treinta años a la invención de este enfrentamiento, sin que los responsables de evitarlo hicieran nada. El camino inverso que, en Sudáfrica, llevó a Nelson Mandela a renunciar a la venganza contra los responsables del apartheid, para construir una nación de ciudadanos libres e iguales sin importar el color de la piel, el idioma o los abusos del pasado. Él tenía todas las razones para levantar trincheras y exigir responsabilidades, y no lo hizo; él utilizó los sentimientos deportivos para unir corazones, llenó estadios para diluir rivalidades, excitó emociones para disolver viejos rencores; al contrario que el nacionalismo catalán, dispuesto siempre a utilizar el Camp Nou para inventar diferencias y excitar odios. Es la diferencia entre quienes creen en la humanidad y quienes la utilizan para levantar muros y parcelarla en tribus.

Afortunadamente, el independentismo de Artur Mas no logrará la mayoría absoluta; suerte tendrá si consigue consolidar los 62 diputados que actualmente tiene. Pero, desgraciadamente, la estrategia tramposa de la Cataluña eternamente ofendida bastará para asegurar el poder a las 400 familias burguesas que, según el corrupto Félix Millet, dominan Cataluña.

Antonio Robles  Libertad Digital 16-11-2012

 

Brutal paliza de los MOZZOS a una menor

        Estas situaciones dicen poco de nuestro sistema democratico,  tienen que procesar a estos policias y  hecharlos del cuerpo no basta con pedir disculpas 

 

BARCELONA 15 (EUROPA PRESS)-

El conseller de Interior de la Generalitat, Felip Puig, ha asegurado este jueves que ha pedido disculpas personalmente a la familia del menor de 13 años que recibió en Tarragona un golpe de porra durante la huelga general, aunque "fortuito" ya que los agentes no iban a por él.

   En rueda de prensa, ha explicado que han abierto una información reservada que puede acabar en expediente para determinar qué ocurrió en la carga de Tarragona, originada por la acción de un piquete violento, y ha considerado que en ese incidente "otras actuaciones no se ajustaban estrictamente" al protocolo, como cuando un mosso golpeó a una chica que protestaba por la acción contra el menor.

   Ha indicado que con la acción de uno de los policías se generó contra el menor una "acción fortuita de rebote" que lamentan, pero ha felicitado a los Mossos por la actuación en general durante la huelga, que transcurrió de manera razonablemente satisfactoria, ha dicho.

 

Declaran ‘nulo’ el nombramiento de la cuñada de Felip Puig como abogada del Gabinete Jurídico de la Generalidad

El Juzgado de lo Contencioso-Administrativo número 7 de Barcelona ha declarado ‘nulo’ el nombramiento de la cuñada de Felip Puig como funcionaria del Gabinete Jurídico de la Generalidad. Aunque Núria Olivella Busquets ya no ocupa la plaza de funcionaria abogada del grupo A-27, la jueza ha fallado que la plaza se ofreció a una persona ‘sin capacidad para ocupar el puesto de trabajo ofertado’.

El tribunal ha señalado que en el proceso del concurso se ha producido ‘una vulneración del derecho fundamentalprevisto en el artículo 23 de la Constitución’, pero no acepta la demanda del recurrente a que se le pague una indemnización y acceda a la plaza de funcionario en concurso.

Hacerse el loco

     

Demasiado tiempo nos hemos dejado llevar por la trampa del independentismo

    Aseguraba Churchill que una regla elemental de etiqueta política prohíbe vocear “yo ya lo dije” cuando los acontecimientos históricos le dan a uno la razón. De modo que me limitaré a preguntarme que más debíamos haber dicho los que nos dedicamos a estas cosas, intelectuales o como nos llamemos, para advertir de lo que estaba pasando en Cataluña y prevenir contra lo que ya pasa ahora. No es fácil establecerlo, porque tradicionalmente se ha considerado en este país –sobre todo entre quienes se consideran progresistas- que decir o, aún peor, hacer algo nítidamente claro contra los nacionalismos de tendencia separatista era empeorar las cosas. Si uno argumentaba contra las falacias de los agravios históricos o fiscales, contra las identidades milenarias, contra la inmersión lingüística que conculca el derecho a elegir ser educado en la lengua común, etcétera...siempre había un asno solemne para advertirnos de que estábamos “fabricando independentistas”. Si uno seguía la corriente al independentismo, planteando sólo aquí y allá una pega venial para minimizar daños, los independentistas ya fabricados nos utilizaban como argumento a su favor y nos animaban a dar el paso final, pasándonos del todo a su bando. O sea, tanto de un modo como otro, el resultado parecía ser inevitablemente más independentismo. Pares o nones, la casa siempre gana cuando los dados están trucados.

Por eso lo que se decía y lo que se callaba tenía un cierto tufo de manicomio: o se les daba la razón como a los locos o directamente uno se hacía el loco ante sus razones. Y así hemos ido tirando, hasta que las cosas se han puesto feas de verdad. El separatismo es una enfermedad política oportunista, que ataca a los organismos debilitados por estados carenciales. Y para Estado carencial, el español. Sin embargo, algunos nos negamos tanto a hacernos los locos como a dar por buenas locuras o aceptar fraudes ideológicos. Porque dar por buena y normal la locura en este terreno supone una profunda deslealtad: no con magníficas entidades como España o Cataluña, sino con nuestros compatriotas.

Ya sabemos que mantenerse leal a la cordura tanto propia como ajena puede tener consecuencias negativas para la reputación. Así, si uno recuerda ante ciertas proclamas lo que dicen las leyes vigentes que nos hemos dado los ciudadanos de este país (sobra decir que los catalanes como los demás), los nacionalistas le reprocharán que este “amenazándoles”. ¿Amenazando con qué? ¿Con aplicar la ley? ¿No será más amenazante decir que se está dispuesto a violarla o que se olvidará su aplicación si conviene a unos cuantos? Si se aportan datos contra la leyenda del expolio fiscal que padece Cataluña o se recuerda que ese lema de “damos más de lo que recibimos” es lo que dicen todos los ricos de este mundo frente a la obligación impositiva para sostener instituciones asistenciales que ellos no creen necesitar, se nos acusará de dar “patadas y puñetazos” a los catalanes cuando en realidad se les está tratando como a seres razonables. Etcétera.

El problema es que, en este asunto, cuanto podamos decir será utilizado en nuestra contra. Por eso resulta tan pueril la pretensión de buscar cambios legislativos para conseguir que los catalanes “estén cómodos” en España. Los catalanes no nacionalistas están comodísimos en España, negocian con ella, viajan por ella como por su casa (que lo es), comparten sus triunfos deportivos o su música, etcétera… la critican y la encomian con total naturalidad. Incluso a muchos nacionalistas les pasa lo mismo. Otros, en cambio, ni están a gusto ni piensan estarlo próximamente porque su razón de ser ideológica consiste en gestionar tal disconformidad.

Cambiar las cosas sólo para dar gusto a quienes no piensan estar a gusto nunca mientras sigan dentrodesazona a muchos y no contenta a los demás. Por ejemplo, la renovación del Estatuto. Antes de emprenderla, las encuestas decían que los catalanes eran una de las autonomías mas satisfechas con su reglamento. El referéndum para aprobar el nuevo –con ínfulas de Constitución alternativa- contó con una participación popular más baja que mediana. Ni en el parlamento español ni en el Tribunal Constitucional fue rechazado, sólo se hicieron esfuerzos para hacerlo compatible con la legislación estatal, tratando de que estar cómodos en España no consistiera en incomodar a España…como luego pareció ser el verdadero objetivo. En particular el Tribunal Constitucional, con un largo retraso fruto del pánico a desagradar, sentenció ciertos cambios a partir de un esfuerzo de interpretación que atenuara las flagrantes inconstitucionalidades en traviesos malentendidos. Pues nada, su dictamen fue considerado como un atropello imperdonable por quienes ideológicamente necesitaban una tiranía que padecer y no un estatuto del que disfrutar.

Ahora los contemporizadores apuestan por el federalismo, una propuesta que en su día –más anteayer que ayer- podría haber servido para clarificar los límites de los autogobiernos regionales pero que ni ayer ni hoy contentará a quienes precisamente pretenden abolirlos. El objetivo de las federaciones es organizar a quienes están separados y quieren unirse, no dar cauce a la asimetría y la desunión de los ya unidos. Por tanto el federalismo despierta mediano entusiasmo entre los que no son separatistas y rechazo entre los que lo son. Pero lo más sorprendente es que algunos no nacionalistas propongan aceptar como muestra de buena voluntad el posible resultado pro-independentista de un referéndum celebrado solamente en Cataluña, que por lo visto obligaría a replantearnos el Estado español.

Si se concede ese poder discrecional a una parte del territorio nacional, es que ya se la considera de facto como independiente: de otro modo, serían como es obvio todos los ciudadanos del país los consultados en cuestión tan trascendental. No sólo se trata de preguntar a los catalanes si quieren dejar de ser también españoles, sino a los españoles si quieren renunciar a ser también catalanes. Porque la automutilación y sus consecuencias no afectan sólo a los derechos de unos, sino a los de todos: el olvido de algo tan elemental como que el derecho a decidir unilateralmente la independencia es ya la independencia misma y por tanto la dimisión del estado existente viene a ser en sí mismo más patético y dañino que el posible resultado del propio referéndum.

De modo que, en vista de lo visto, habrá muchos que añoren la época dichosa en que tan simpático y fácil resultaba seguir haciéndose los locos.

 Fernando Savater 13 NOV 2012 -  Publicado en el Pais

España nos roba

"España nos roba", repiten una y otra vez los nacionalistas. Según su visión (la que quieren imponer a los ciudadanos catalanes), Cataluña ha sido siempre una víctima de España, y la única forma de que deje de serlo es conseguir la independencia. Es una mentira tan evidente que la mejor forma de rebatirla es reírse de ella.

 

Este video es de la canpaña de UPD

son catalanes y españoles (II)

 

Los hermanos David y José Muñoz, cantantes de Estopa y naturales de Cornellá de Llobregat, que, en respuesta a una pregunta formulada por un seguidor en su cuenta de Twitter, dejaron claro, la semana pasada, su rechazo al independentismo. “Para dejarlo claro y disipar dudas. Nuestro voto en el referéndum sería no a la independencia. La democracia es nuestro derecho”,

Javier Cárdenas, presentador de Europa FM, tampoco ha ahorrado críticas al nacionalismo catalán. “Yo soy catalán, y me siento tremendamente orgulloso de ello, pero también soy español, y me siento igual de orgulloso. Es una vergüenza cómo intentan timarnos los políticos”.

 

 

El Tricicle, formado por Carles Sans, Paco Mir y Joan Gràcia, que han optado por tomarse a chirigota el catalanismo excluyente: "A diferencia de un buen amigo, no veo porque en un encuentro entre España y Alemania debo ir a favor de los alemanes y no de los españoles, sencillamente, aunque respetable, me parece una estupidez.