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LA IZQUIERDA PROGRESISTA

Laicos, creyentes y descreídos

El blog de Carlos Martínez Gorriarán
La identidad laica de nuestro nuevo partido, en proceso de constitución, ya ha merecido un buen número de comentarios agresivos. Algunos denuncian que es un artificio arbitrario para diferenciarnos del PP. Esta última acusación procede generalmente de quienes sostienen a la vez que el partido será de una total irrelevancia aunque representa un grave peligro. Ay, pobre lógica elemental, machacada de nuevo por el sectarismo, incapaz de admitir aquello del tercio excluso de Aristóteles; en nuestro caso: el partido será irrelevante o será un peligro, pero no puede ser ambas cosas a un tiempo.
El argumento, bastante delirante y lógicamente circular, es más o menos como sigue: el nuevo partido no es otra cosa que una especie de PP+laicismo (en esto también está de acuerdo un tal Enric Sopena, un profundo pensador). El laicismo está para distinguirnos del PP y de paso fastidiar al único partido con derecho a existir en España, pues engañará a algunos incautos, lo que representará x votos robados a don Mariano Rajoy. Esa pérdida, completamente despreciable por otra parte, será sin embargo una gran catástrofe, pues impedirá desalojar a Zapatero del gobierno. Por lo tanto, los promotores del nuevo partido son agentes en la sombra del pérfido socialista –mamporreros, nos han llegado a llamar-, de manera que el partido nace para proteger a Zapatero. No hay otra justificación, pues el PP propone TODO lo que dice el nuevo partido salvo el laicismo (aunque el PP no proponga NINGUNA de las tres grandes reformas programáticas que proponemos positivamente). ¡He aquí el sentido de la introducción del laicismo!: engañar a los electores del PP, y cazar de paso a algún incauto socialista (de ahí las protectoras admoniciones de Sopena contra los “falsos progresistas”). Con lo que se demuestra lo que se quería demostrar: el nuevo partido es un fiasco, y por eso se define laico. Al menos rima.
Hombre, si nuestra intención fuera tan aviesa y retorcida habríamos buscado algún encanto más seductor que el laicismo para nuestro disfraz. Quizás el amor libre obligatorio, o pisos gratis para quienes ganen menos de 3500 euros al mes. Al fin y al cabo, laico y laicismo son, con federalismo, liberalismo, progresismo y alguna otra, palabras cataclísmicas que provocan grandes sofocos indignados entre algunos que se niegan a entender lo que significan (de ahí que muchos crean que el mayor liberal de España es… don Federico Jiménez Losantos). Es posible que la culpa de esta ignorancia sea de la educación y de los medios de comunicación, pero dejemos esos jardines para otra ocasión. Adelanto que no le creo, hay mucha burricie voluntaria y deliberada.
Volvamos al denostado laicismo y a su sentido, pero para llegar ahí demos antes un rodeo por el espectáculo ofrecido hace poco en Barcelona por Carod Rovira y otras autoridades catalanas del PUC (Partido Único de Cataluña) con su santidad el XVI Dalai Lama. El simpático, perseverante y admirado jefe espiritual y político del Tíbet en el exilio –asegura que ha dejado el poder en manos de laicos hace seis años, pero creer en eso es más fuerte todavía que hacerlo en la serie de reencarnaciones que le preceden- dijo bien claro que su lucha era la misma que la de Cataluña, y esto sin que se rajaran de arriba abajo las estupas más santas consagradas al Bienaventurado. No ofenderé a nadie describiendo las diferencias de situación, y de lucha, entre el Tíbet, ocupado y oprimido manu militari por la dictadura china, y la de Cataluña. Sin embargo, hay algo en común en los señores Carod Rovira y Su Beatitud. Ambos representan lo contrario del laicismo y de la política laica, y sus respectivas ideologías son religiones políticas. Puestos a elegir, me quedo con la tibetana pese al exagerado abigarramiento y componente feudal y supersticioso del budismo tántrico lamaísta, pero tampoco vas a compararlo con la vulgaridad ramplona y sentimental del catalanismo a la ERC (o de cualquier otra variedad).
Para redondear el parecido, el Dalai Lama proclamó que “es importante encontrarse con Bin Laden”, elevando a la perfección la doctrina apaciguadora y dialogante con los terroristas que tan bien explotan los nacionalistas españoles (PNV, CIU, ERC, BNG… naturalmente). Se olvida su Santidad de que la mayoría de los occidentales, y muchísimos musulmanes, darían lo que fuera por no estar nunca cerca ni lejos de ese asesino en masa, y sobre todo que, para encontrarse con él, primero habrá que cogerlo y ponerlo a buen recaudo lo que le quede de vida. Después, si quiere convertirse al budismo lamaísta, conversión dudosísima, pues allá él.
La idea peregrina del Dalai Lama no es una mera expresión del pacifismo budista (el Tíbet, por cierto, era un reino muy belicoso incluso tras su conversión al budismo en la edad media). Es una expresión de falta absoluta de laicismo, lo que es bastante comprensible en su caso pero no menos reprobable para un demócrata. Ni la lucha (?) del Tíbet y Cataluña son la misma ni China es para el Tíbet lo que España para Cataluña, es decir, una potencia ocupante, que era el mensaje buscado y obtenido por el Tripartito catalán. Más allá de esta absoluta tergiversación, es obvio que el terrorismo no se va a solucionar organizando encuentros entre el Dalai Lama y Bin Laden, sino mediante la instauración de una legalidad internacional exigente en esta materia, simétrica a la protección de los derechos humanos y las libertades básicas. A esto se opone la religión política, porque la igualdad y la universalidad de derechos por encima de fes y fronteras no entran en su sistema: son ideas… laicas.
El laicismo, que no es ni tiene nada que ver con la represión de la religión, en absoluto, ni tampoco con el ateísmo –los comunistas ateos no eran o son nada laicos, precisamente-, es sencillamente un principio democrático comparable en importancia a la igualdad jurídica o al sufragio universal. Sin laicidad, la democracia se convierte en religión política con gran facilidad; obsérvese que esto ya ha ocurrido, hace tiempo, en ciertos círculos religiosos ultras del republicanismo de Estados Unidos, por ejemplo, dominados por predicadores fundamentalistas. Lo cierto es que también entre los creyentes y personas religiosas hay grandes defensores del laicismo exigente (uno de estos días hablaremos de uno: teólogo jesuita de prestigio y veterano activista cívico). Lo contrario del laicismo no es la religiosidad, sino la religión política, es decir, la invasión y sumisión de la política a directrices clericales. Es lo que hace con gracia e ingenio el Dalai Lama, máximo jerarca de una teocracia por simpático que nos caiga, y con desvergüenza y cinismo, o fanatismo, Carod Rovira y todos sus correligionarios nacionalistas. Por eso defender una laicidad bien entendida no es otra cosa que reforzar las garantías democráticas iguales para todos, creyentes y no creyentes. Que a los fanáticos y clericales no les guste ya es otra cosa: una muestra de que es necesario. Les sobrarán creencias, pero son descreídos en materia de democracia y libertad.
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Ayer, Jon Juaristi nos dio en ABC otra lección de su amor por la clasificación de las ideas y actitudes políticas españolas. Como entomólogo en ese campo no tiene igual, pero el problema es que ni la política es asunto de entomología, que más bien sirve para disecar bichos y clavarlos como trofeos, ni sus clasificaciones y cajoncitos están al día; a mi me huelen un poco a naftalina pasada de hegelianos, ateneístas, trosquistas y otros arcaísmos. Igual ese es otro de los problemas; poner en reloj en hora, amigo Jon. Porque para no hacer nada, siempre hay excusas, como por ejemplo: "tengo el reloj parado".

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